Ya tenes 18 años, ¿qué querés hacer?“. Este maldito interrogante daba vueltas en la cabeza de Melanie Lescano. Pero el mensaje, lejos de contar con una intención empática de un familiar que apoya a un ser querido ante una decisión difícil, causaba un gran dolor por la mirada peyorativa que incluía, al punto de dejar huellas mentales, para sembrar otros malditos interrogantes. Hoy, con 23 y diagnosticada de TDAH, Melanie cumplió su objetivo en el Centro Educativo Alem, de terminar la formación secundaria. “No se ponían en el lado humano, es horrible”, contó.

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La alegría y emoción con la que Melany retiró su certificado y fue parte de la ceremonia organizada por las autoridades del CEA expresaban más que la satisfacción de una meta cumplida. También, significaba dejar atrás el mar de dudas que de manera malintencionada le hicieron plantear aspectos elementales de su vida.
El TDAH es el trastorno por déficit de atención con hiperactividad, caracterizado por la dificultad de prestar atención, con limitaciones en la comprensión y otras veces con hiperactividad en sus estímulos. Lastimosamente, con los avances en materia de ciencia y educación, estos casos son cada vez más habituales entre los jóvenes.
“Yo le decía a los profesores que me costaba y ellos me decían que no me interesaba, que no quería hacerlo. Que venía por obligación de mis papas, minimizando mis problemas. ‘Ya tenes 18 años, qué querés?’, me decían. No se ponían en el lado humano. Es horrible”, señaló la protagonista de una historia maravillosa, que no pudo evitar tener su capítulo cruel.
Sumado a esto, agregó las dificultades propias de su cotidianeidad: “Tengo momentos de hiperfoco, en los que me siento, resumo, y entiendo todo perfectamente. Y otros, en los que puedo leer un día entero una sola página y no me queda una palabra. Es difícil. Yo por ejemplo no puedo estudiar con computadora, estoy acostumbrado a la hoja y lapicera. Incluso por todo esto me sentí discriminada, pero por suerte mi familia siempre fue de acompañarme. Cuando decidí dejar en su momento el secundario, mi familia no lo vio como un fracaso, sino como un tropiezo. Pero siempre me decían que iba a conseguir un lugar para poder terminarlo”.
Ante este escenario, los interrogantes internos florecían: “Uno se empieza a cuestionar sus capacidades. ¿Seré yo la que no de la talla? A mi a los 18 me diagnosticaron TDAH y me daban métodos de estudio que quizás no eran tan compatibles con la secundaria tradicional. A mí me costó mucho, muchas veces iba a estudiar, pero mi mente no estaba ahí. Después dejé de querer intentarlo, porque decía que por más que lo intenté no lo iba a conseguir”.

Sin embargo, a veces la cuestión es dar en la tecla. Con docentes, compañeros y situaciones que potencien nuestras virtudes, en lugar de resaltar los defectos. “Decidí volver a intentarlo”. Y la clave estaba ahí. “A los 22 me decidí en volver a intentarlo, pero no como algo necesario, sino como algo mío, que yo lo quería tener. Me inscribí, tarde mucho, pero en ningún momento me dieron la espalda acá en el CEA. Me mandaban mensajes con información de las mesas, que sí tenía alguna duda que la consulte, llamaban para ver si necesitaba algo. Es otro interés. Eso te da la pauta de que no todos son iguales. A algunos les interesa que se reciban, que es lo más importante”.
Sumado a esto, Melany agradeció: “Yo pasé mucho tiempo hasta que me animé a volver a hacer el secundario por muchas trabas educativas. O no conseguía un buen lugar o suspendían las clases constantemente. Había muchas piedras en el camino que no me dejaban seguir mi camino. Pero acá me atrajo mucho la oferta educativa. Era buena, accesible e interesante lo que ofrecían. Me decidí a inscribirme y arranqué con una al mes”.
“Yo tenía la capacidad, había que ponerla en práctica”, se despidió Melanie, que ahora con su título del bachiller y el analítico con las notas ganó oportunidades laborales. Pero sobre todo, venció prejuicios y se demostró a sí misma que las etiquetas que quieran poner los demás: ¡No es problema de uno!
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